miércoles, 20 de noviembre de 2013

CUESTIÓN DE ESCALAS

(Con la colaboración de Nerea Antoñanzas Molina).


“Imagine all the people living life in peace” cantaba John Lennon hace, alrededor, de 40 años. Pero hoy en día parece que se llevaría más decir algo como “imagina a las personas viviendo un mundo en guerra” o incluso “imagina a las personas viviendo un mundo para sí”.

Porque la paz, como la promulgaba Lennon, ha sido siempre algo utópico y posiblemente inalcanzable, pero hace unos años parecía que estábamos más cerca de ella que hoy en día.

Y no hablamos solo de guerras a gran escala, de países contra países, de mucho presupuesto, gran impacto y mucho dolor y destrucción, por no hablar de las innumerables víctimas, hayan muerto o no en la batalla. Porque las grandes víctimas de una guerra no son aquellos soldados valientes que dejan su vida luchando, son todas esas personas que han quedado huérfanas, viudas, lisiadas, todas las personas que después  de una guerra pasan hambre y penurias, que pierden su casa o que tienen que ver la desolación general que se apodera de un país destruido.

No, no hablamos solo de esas grandes guerras, hablamos también de las pequeñas guerras de cada día, que aunque sean de menor dimensión, pueden causar los mismos problemas que las grandes guerras. ¿Cuántos niños quedarán huérfanos de un padre tras una “guerra” en una pareja? ¿Cuántas amistades se han podido romper por peleas estúpidas? O, ¿cuántas veces hemos dicho “pues se va a enterar este” comenzando así una guerra de pequeñas venganzas?  

Y no hablo ya solo de pegarnos, sino de gritar, insultar, de todas esas guerras psicológicas que empezamos contra alguien menospreciándolo cada día, haciéndole sentir mal, insultándole y minandole poco a poco. ¿Acaso no devastan estas guerras a la persona lo mismo que una gran guerra puede devastar un país?

Claro que siempre hay opiniones diferentes y motivos de discusión, pero si no somos capaces de solucionar las cosas entre nosotros de un modo pacífico, no pretendamos que entre los países lo hagan. si dos personas no son capaces de arreglar quién debe recoger a su hijo del colegio o quién debe fregar los platos sin montar un escándalo, ¿cómo van a hacerlo nuestro representantes? Al fin y al cabo ellos no son más que hombres como nosotros.

   
Todos hablamos de la paz como algo externo, utópico, como no darnos de cañonazos con la otra mitad del mundo, con mantener una fría estabilidad, que en muchos lugares pende de un fino hilo. Pero nadie se fija en “la otra paz”, la paz de cada quién, el no vivir enfrentado con el vecino, no vivir siempre en guardia, esperando detrás de cada esquina, con el arma cargada para arremeter contra aquel amigo que siempre nos la juega o contra ese compañero de trabajo que sale siempre cinco minutos antes y que es el favorito del jefe, contra aquel que se atreva a interponerse en nuestro camino.

Si no encontramos la paz entre nosotros mismos, o con nosotros mismos, no llegaremos nunca al mundo de convivencia que promulgaba Lennon en su canción. Puede que no lleguemos nunca a una Tercera Guerra Mundial, pero vivimos rodeados de pequeñas guerras personales. No se trataría solo de un “all the people” sino de un “each one”, de conseguir la paz en las pequeñas cosas, para poder llevarla de allí a los grandes ámbitos.

                        

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